Nuestra vida diaria sería muy distinta si modificáramos la manera de medir el paso del tiempo. Es decir si utilizáramos un calendario distinto.
Todos estaríamos de acuerdo en “semanas” de cuatro días, si fijamos un descanso de dos, pero nos parecería peor el tener “semanas” de catorce días con igual descanso de dos días. La regulación estacional sin apenas variación durante toda la vida del ser humano nos permite además planificar determinados aspectos de nuestras vidas.
Es interesante preguntarnos qué entendemos por calendario. La respuesta, que nos ayuda a entender la necesidad de esta planificación, la tenemos en los diferentes adjetivos que pueden acompañar a la palabra calendario. Por enumerar sólo algunos tenemos calendario agrícola, calendario laboral, calendario escolar, calendario litúrgico, calendario deportivo (seguido de todos los deportes que queramos), calendario de celebraciones, calendario de conciertos, calendario de eventos, calendario de actuaciones, calendario de ferias, calendario de pagos, calendario fiscal, y muchos otros más. Cada uno de ellos se refiere a hechos regulados que van a suceder de una forma planificada en el tiempo, y cuya inclusión en un calendario nos permite tomar decisiones de asistencia, estudio, trabajo, etc.
Es decir, organizarnos.
Por tanto, del calendario surgen los dietarios, las agendas, los planificadores u organizadores, y todo tipo de artículos que nos sirven para ordenar y anotar nuestras acciones pasadas, presentes o futuras en el tiempo.
Por todo ello, la facilidad de observar de un solo vistazo todas las fechas en un calendario de pared o en un planificador nos proporciona gran rapidez y comodidad en nuestras decisiones para distribuir el tiempo que vivimos.

